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Sonaba por esos días de la boca de mis padres la historia tenebrosa de demonios sin piedad, de ángeles misericordiosos que repartían caridad, de dioses orgullosos y de gente que sufría; contaban que un día cualquiera de repente se despertó la tierra por el llanto de una mujer que moría en el suelo, por la sangre derramada de sus hijas, por el cuerpo destrozado del marido y por la mirada perdida del hijo sobreviviente que buscaba dentro de si mismo un pequeño aliento para escapar de la bestia uniformada que cumplía el mandato celestial del estado, y así el gobierno empezó a quitarle a los campesinos sus tierras, sus vidas.

Recuerdan que el barro retumbaba ante la marcha metálica del ejercito que dejaba a su paso el desierto de la democracia; fue así como en las ruinas de Marquetalia los pequeños heridos se convirtieron en los grandes castigadores que llevaban con sigo el aroma del maíz; y desde ese entonces se han librado cruentas batallas, masacres azules y rojas, se han derretido las velas de la
esperanza y el pueblo ha quedado vagando en la obscuridad de las libertades y derechos, se han olvidado los niños de sus raíces reemplazándolas por la comodidad televisiva, la cultura es el privilegio divino de los ricos y ahora la educación nos lleva mas rápidamente a los torbellinos bancarios.

Y al final del día cuando la historia acaba, puedo decir que al transcurrir casi un siglo luchas de clases, de terroristas, de democracias, de derechos, de liberaciones; yo sigo comiendo mierda y efecando sangre igual que mis padres y abuelos, todavía existen las mismas bestias de las dos guerras mundiales, aún se puede ver la injusticia a través de la caja mágica de los ricos, y dios, ese personaje que parece invisible, sigue postrado en su sillón de oro en la casa de Nariño viendo como la gente se pudre en este maravilloso paraíso Culombiano.

Por: Apóstol
Fuente: Alto Voltaje Medio De Difusión Libre