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Una sombra recorre al continente: es la reacción de los sectores más retardatarios que, en abierta complicidad, deciden poner alto a los avances progresistas de la región. Nadie puede negar la creciente polarización que la región sur del continente americano ha presentado en la última década, máxime cuando los recientes acontecimientos suscitados por el ingreso de la mal llamada “cooperación” norteamericana en Colombia pusieron en evidencia que la actitud de los diferentes líderes de la región es mayoritariamente opuesta a la del jefe de estado colombiano, Álvaro Uribe, quien a pesar de las sugerencias de países de diferentes corrientes ideológicas continúa en su empeño de albergar a miembros del ejército de los EE. UU en el territorio nacional. La cumbre extraordinaria de UNASUR citada en Argentina hace algunos días puso de relieve que la trágica situación interna del conflicto colombiano se está transformando en el pretexto de las elites locales para permitir el ingreso de unas fuerzas que pondrían en riesgo la ya precaria estabilidad de la región.

El desconcierto se incrementa especialmente al comprobar que dichas fuerzas norteamericanas compuestas por miembros del ejército y soporte técnico tendrían la capacidad de operar en más de la mitad del continente. Pues no queda claro aun por qué una fuerza pública como la colombiana, que cuenta con alrededor de 400. 000 efectivos y millonarias sumas provenientes de los EE. UU, sumando a ello la más alta cuota en el continente del PIB invertido en la fuerza coercitiva del estado, necesita de la ayuda de la potencia bélica más grande del planeta – y seguramente más grande de toda la historia de la humanidad – para reducir a una guerrilla que según cifras del estado sólo posee 8.000 efectivos que, hasta hace pocos meses según versiones oficiales, se encontraban diezmados por la pobreza y la constante presión del ejército. ¿Ha fracasado entonces el Plan Colombia consistente en el despilfarro de millones de dólares en la guerra colombiana que ha dejado como resultado una de las manchas más escabrosas en la historia de las violaciones de los derechos humanos y degradación social y moral de un país en Suramérica? ¿Es posible que después de una inversión social de tales magnitudes y de tanta prolongación en el tiempo de la violencia estatal no se hayan obtenido siquiera los magros frutos necesarios para otorgar al estado colombiano la legitimidad, la presencia y la fortaleza que no ha logrado consolidar en una guerra sucia que parece no tener fin?

El pronunciamiento de la sospecha se hace incluso más decisivo al pensar en la estrategia bélica desplegada por las elites nacionales a lo largo de la historia reciente del siglo XX, pues pareciera que esta prolongación de la guerra sólo se ha convertido en el sustento de dichas elites que a costa del sufrimiento del pueblo colombiano usurpan su dolor, su opinión y sus impuestos para perpetuarse en el poder eximidas prácticamente de las obligaciones tributarias que sobre ellas deberían pesar y de las sanciones penales que, por su relativa ausencia, parecen situarlas más allá del bien y del mal. No es necesario ser un áulico descendiente de la izquierda para percibir el derroche de perversión al que se ha llegado en la guerra colombiana, especialmente en los últimos años; basta con una mínima concepción de la justicia que no tolere el sustento del confort de unas minorías con el sufrimiento y dolor de la inmensa mayoría del pueblo colombiano que, alienado, propone siempre la otra mejilla cuando están a punto de arrancarle la cabeza, de extirparla como si fuese una bestia furibunda con la que se disponen a dar un banquete. Y esto salta a la vista cuando preguntamos por el nivel de articulación de la sociedad civil, cuando se exploran las razones por las cuales los movimientos sindicales se encuentran desarticulados en una atmósfera de impotencia y miedo, cuando se interrogan las causas por las cuales el movimiento estudiantil se torna cada vez más insipiente precisamente en un momento histórico que reclama tanto su presencia como el actual.

Pues bien, esa misma forma de afrontar el conflicto interno puede ser la raíz misma de la coyuntura que actualmente ha perturbado a la región y pretende petrificar en el país a uno de los grupos reaccionarios más recalcitrantes de todo el continente que, junto con el ilegítimo e ilegal gobierno de Honduras, estarían dispuestos a empeñar nuestros destinos a cambio de riquezas y prebendas personales. Es el movimiento descarado de una burguesía individualista, cínica, macabra y traidora aquello que hace afirmar a algunos líderes de la región que plantean que el conflicto interno colombiano se está desbordando convirtiéndose así en un pretexto para que los sectores más reaccionarios tengan un “enemigo universal” que les permita posar de héroes cuando en el fondo se regodean en su mezquindad.

Y es así, permitiendo el ingreso de las fuerzas armadas de la potencia bélica más poderosa y terrible del mundo, perpetrando en el poder a uno de los gobiernos más oscuros de toda la historia suramericana y haciendo pactos con el brutal gobierno de Israel que no hace mucho derramó “plomo fundido” sobre trece mil civiles indefensos desagarrándoles su humanidad, como le damos la bienvenida a la celebración de nuestra Independencia. Irónica situación mediante la cual celebramos el pasado y condenamos el presente; tremendo descalabro éste de ensalzar la libertad de nuestros antepasados condenando a la miseria a nuestros futuros descendientes. No hay ningún argumento que la astuta burguesía colombiana pueda esgrimir para ocultar a cabalidad esta contradicción mediante la cual pretende entregar nuestra libertad a una potencia extranjera, delegar la soberanía del suelo que independizaron nuestros héroes a la brutalidad y soberbia de los soldados norteamericanos. Esta farsa de políticos mafiosos que ignoran que nuestro destino desborda las fronteras de sus fincas debe ser interrogada y acribillada por la presión de un pueblo que no puede aceptar ahora, así como no lo hizo en el pasado, que los imperios nos aplasten y nos perpetúen en la miseria, que la ignorancia nos gobierne y nos destruya mientras nos convertimos en los traidores más viles y oscuros de todo el continente. No es sólo al país a quién se está a punto de arrojar a la ignominia; es a todo el sueño de aquellos que se enfrentaron contra España, que dieron la vida por la libertad, la unidad y la hermandad latinoamericana exenta de fuerzas extranjeras en su territorio.


Autor: SINROSTRO FANZINE